Claudio Naranjo, Conferencias
Una formación integrativa de agentes de cambio transpersonales.
Conferencia dictada el 21 de Junio de 1995 en el Salón de Honor de la Universidad de Chile, en un Homenaje a la trayectoria y obra de Claudio Naranjo, realizado por diversas agrupaciones de psicólogos y profesionales Humanistas y Transpersonales. Tal vez les parezca sorprendente, pero a mí me tomó de sorpresa emocionarme, y me he sentido emocionado a cada paso, mientras hablaban de mí y no menos mientras tocaba el conjunto de música antigua. Me ha parecido todo muy bello – y no sólo por ser yo el homenajeado, sino sintiendo que la gente, aparte de tener cosas interesantes que decir, las ha dicho de todo corazón. Durante el intermedio, le decía al Sr. Allard que a veces he estado en actos públicos en que habla el representante de un Ministerio, y que lo que dice generalmente no es más que un preliminar a las verdaderas palabras: palabras muertas dichas por obligación ceremonial. Pero esta vez, con él, me he encontrado con la sorpresa de alguien que me ha leído, a quien le ha interesado lo que digo, y que dice cosas interesantes. Y aparte de que eso por si sólo me resulta emocionante, me ha parecido muy pertinente que sea el Ministerio de Educación el que hace adhesión a este homenaje, porque yo me vengo definiendo principalmente como educador hace ya bastantes años. Y es una ocasión muy significativa para mí que la Universidad de Chile haya prestado este Salón. Hace unos quince años estuve en el Salón de Honor de otra Universidad -la de Campinas -y recuerdo muy distintamente haber pensado, «¿Llegará el día en que la Universidad de Chile me haga un reconocimiento así?.» Y resulta que desde entonces he estado en muchas Universidades -hasta en la de Bologna, más antigua que Oxford y Notre Dame, recibiendo de algunas a veces algún diploma o medalla -pero hasta ahora la Universidad de Chile no me ha invitado a dar una charla en la Escuela en que me formé, de modo que el efecto de contraste para mí es muy feliz. (aplausos) Naturalmente, agradezco muy especialmente a los grupos profesionales chilenos, diversos grupos que tienen en común el interés en lo Humanístico y lo existencial en Psicología. Sabrán muchos de los presentes como, en la psicología norteamericana el surgimiento institucional de este «bando» Humanista ha sido tal vez lo más interesante de las últimas décadas. Antes existía sólo la APA, la Asociación de Psicólogos, y sus reuniones eran tradicionalmente semejantes a las de otras sociedades cietitíficas. Las reuniones de la Asociación de la Psicología Humanista introdujeron en la cultura desde los 60 un elemento vivencial cuyo impacto ha trascendido el ámbito de la cultura profesional. Aquí llega tarde, pero yo creo que promete mucho, porque se ha visto cuánto ha movido el ambiente en otras partes. Me parece relevante de decir en esta ocasión que el movimiento humanista en la psicología es uno en el cual me vi involucrado desde muy cerca del comienzo de la asociación, y sin iniciativa de mi parte. Cuando llegué a California el 65, la AHP (Asociación de Psicología Humanista) me llamó por primera vez para participar en la reunión anual en diálogo con Alan Watts, y tal vez el prestigio de haber hecho algo con Alan Watts influyó en que siempre fuera invitado a hacer algo especial de año en año, y en un par de ocasiones me correspondió la charla de apertura. Por otra parte, los transpersonalistas me consideran uno de los suyos y me toca este año abrir el Congreso Transpersonal Europeo. La contribución de los transpersonalistas chilenos a esta iniciativa no sólo me parece relevante sino que me alegra -pues siento que con su agrupación nace una voz y se abre una fuente potencial de buenas iniciativas. Muy agradecido me siento, hacia los colegas extranjeros que han venido a este homenaje y muy especialmente hacia aquellos a quienes no he visto, días atrás, en el curso del Congreso Internacional de Gestalt en Buenos Aires. Este homenaje fue programado justamente para estos días en vista de que se esperaba que aquellos que llegasen de paises lejanos con motivo del Congreso de Gestalt pudiesen viajar desde Buenos Aires inmediatamente después. Ha resultado, sin embargo, que el Congreso de Gestalt no atrajo a tantos europeos como se esperaba, y en cambio más de media docena de ellos han viajado de España únicamente para hacerse presentes durante estas horas. Por último, tengo que darle gracias muy especiales a una persona que se ha movido mucho por todo esto; persona que es quien mejor conoce entre los chilenos- mi trabajo en el extranjero, y que ha dado tiempo y atención a tantos quehaceres cómo se hacen necesarios para que se realice un evento como éste: Marta Huepe (aplausos). Fue Marta quien me llamó por telefono a Brasil hace un par de semanas, para decirme que se esperaba que yo dijera algo, y pidiéndome un título con el cual se pudiera anunciar mi charla. En ese momento me surgió la idea de hablar de un trabajo que vengo realizando desde hace muchos años, y que he descrito a veces como formación de terapeutas, otras veces como formación específica de guestaltistas otras como formación de educadores, pero que más propiamente podría describirse como formación de «agentes de cambio», gente que sirve de facilitador de ese proceso de transformación que está entre nuestras potencialidades. Una formación de tipo «transpersonal», especifiqué -para hablar en el lenguaje de moda (ya que tanto se ha abusado de la palabra «espíritu»): una formación de terapeutas -o formación de educadores- en que el factor espiritual es prominente, y también una formación «integrativa» -no sólo en el sentido de «ecléctico», con respecto a diversos aportes de la psicología-, sino en el de integrar aportes de culturas diferentes y de ámbitos diferentes del quehacer humano que tienen que ver con el desarrollo. No puedo decir que éste fuera un propósito mío y que me haya dicho: “ahora voy a formar agentes de cambio de una manera integrativa y transpersonal». Es más bien algo que me fue resultando poco a poco: fui descubriendo lo que iba haciendo, y fue definiéndose mi trabajo sin que me lo hubiera propuesto como una meta explícita. Pienso que así ocurre, por lo demás, muchas veces, con las mejores cosas. Hace poco, en una conversación, estaba recordando lo que escribe Dalí en uno de sus libros más inconseguibles -lo compré aquí en la librería de la Universidad de Chile hace tal vez cuarenta años: lo presté, nunca me lo devolvieron y nunca lo he podido volver a encontrar en el mundo entero, aunque se lo he encargado a muchos libreros: «Veinte Secretos Mágicos para Pintar», uno de can secretos es: «Cuando tengas bien concebido tu cuadro, y sepas lo que vas a representar y cómo lo vas a representar, y qué colores vas a usar, y hasta qué pinceles vas a emplear, no lo pintes». (risas). Más o menos la misma idea que en la Escuela de Medicina le oí alguna vez expresar al Dr. Cruz Coke, uno de mis maestros más queridos. El decía, «Estoy seguro que si se encuentra la solución al cáncer, no va a ser en ninguna de las instituciones que tan encarnizadamente la buscan, en los muchos Institutos para la investigación del cáncer». Ocurre muchas veces que las cosas se desarrollan orgánicamente, y es como en los cuentos de hadas: el que está demasiado empecinado con el lugar al que tiene que llegar, no ve lo que ocurre en el camino. Y sólo el príncipe más joven entre los tres hijos -en algunas versiones- es el que está suficientemente atento a esos animales que le salen al encuentro o ese gnomo -en fin-, que le va a dar el pase o la información secreta. Tras estos preliminares, me propongo contarles un poco acerca de cómo ha sido mi trabajo con grupos; trabajo que poco a poco ha ido tomando un matiz integrativo y transpersonal, a la vez que revelando su utilidad en relación con profesiones diferentes. Para mí todo comenzó, con un factor de vocación: alguien se refirió a que de vocación fui, más que nada, un buscador; pero para mí la búsqueda estuvo polarizada, durante muchos años, en dos vertientes. Por una parte, la vertiente espiritual, que entró en mi vida con alguien a quien llamaban el «loco» Valdés- que era compañero de curso de mi padre en sus años de educación secundaria. Mi padre lo llamó a nuestra casa, en la época en que vivíamos en Quilpué, para que se viniera como preceptor a vivir con nosotros, y a prepararme para los exámenes, después de haber perdido yo buena parte del año en un viaje. Luz Concha, que está aquí, estaba presente en ese barco, el California -que ahora está en el fondo del Océano Pacífico, en que acompañé a mi padre en un viaje a Méjico. Carlos Valdés fue mi primer amigo de verdad y tenla muchísimos años más que yo -incluso más que mi padre, en realidad. Lo llamaban el «loco» por su interés en la Teosofía y en otras cosas «raras». Fue el primer hombre a quien le llamó la atención Krishnamurti, cuando Krishnamurti visitó el país por primera vez, en gira mundial desilusionado y ofendiendo a los Teósofos que lo habían esperado como el Mesías, y a quienes predicaba la necesidad de saber escuchar al fondo de sí mismo y el peligro de encantarse con guías espirítuales. Era un hombre inusual, de quien aprendí las primeras cosas, y me puse a leer a Vivekananda. No sé cuántos de ustedes lo conozcan: un gran representante de la escuela de Ramakrishna, que fue invitado al Congreso de Religiones que se celebró – por primera vez en el mundo- en Chicago a fines del siglo pasado. Vivekananda me tocó, y de ahí que me interesara en otros libros de contenido espiritual. Cuando visitaba librerías orientalistas, salía cargado de libros; pero era una espiritualidad de salón, y mi interés se hizo un poco más efectivo cuando conocí a algunas personas que habían llegado a algo, que conocían algo más que libros. El más importante ha sido ya mencionado, Tótila Albert. Un iniciado muy particular, de ésos que no fue iniciado por nadie; o que, como se dice, ha recibido iniciaciones internas. Un vate -como llamaban los romanos a los hombres de conocimiento que hablan en poesía. Esa era una de las vertientes de mi vocación de buscador; la otra era la psicología, que me empezó a interesar ya bastante más tarde, cuando empecé a sufrir más conscientemente. Pensé que tal vez el psicoanálisis era la manera de «arreglarme la cabeza»; llegué a la clínica del Dr. Matte, un ambiente en que se hablaba tan abiertamente de ciertas cosas íntimas, que ello me impresionó y me dió esperanza. Empecé mi análisis didáctico, y recibí unas cuantas influencias. Tal vez la más poderosa fue la de una persona que no estaba en la Universidad -Héctor Fernández Provoste- era un gran entusiasta de Karen Horney, pues había atravesado, a través de su estímulo, por una considerable transformación. Posteriormente su influencia fue determinante en la formación de la Escuela de Psicología de la U.Ch., como una Escuela separada del Instituto Pedagógico de la cual habia sido antes parte. Era yo, entonces, alguien que estaba con un pie en cada campo, y tuve mucha consciencia de cómo esos campos eran dos cosas separadas, en que cada uno hablaba con poco aprecio de los del otro lado. Para los psicoanalistas, tener intereses espirituales es un síntoma de angustia (risas); y para los espiritualistas, el psicoanálisis es una actividad preparatoria para la gente muy enferma, antes de entrar en un trabajo interior serio. Y contribuyó esa separación externa de los campos -en el tiempo de mi formaciónen que fuera yo interesándome en su integración. A través de mi experiencia, para mí era muy obvio que lo psicológico y lo espiritual eran dos extremos del mismo palo, y poco a poco me fui dedicando a ponérselo en claro a los que no lo veían así. Un estímulo importante fue la visita al Instituto Esalen, en Estados Unidos, que fue el prototipo de centenares de Centros de esta naturaleza que surgieron después. Un tipo de institución que se llamó Centro de Crecimiento, en que convergían lo educacional con lo terapéutico y con el arte, y en que se escuchaba a gente como el pintor alemán Fritz Faiss o a Alan Watts (que era una especie de embajador del Taoísmo en esa época), o a Perls o a Will Schutz -uno do los creadores de los grupos de encuentro. Importante en su gestación había sido la inspiración de Aldous Huxley, quien había hablado de las «humanidades no verbales», caminos de experiencia que apuntan al hecho de que no somos seres que habiten solamente un mundo: pues somos más bien anfibios que tenemos una vida intelectual, una vida emocional, una vida perceptual, una vida sensorial, una vida espiritual -todas importantes de educar. Todos estos mundos son partes del hombre total que uno tiene la posibilidad de llegar a ser, y que normalmente no se cultivan, sino que se ven eclipsados por aquéllo en que se ha transformado la Educación: una venta de información para pasar exámenes. Llegué a Esalen en el momento en que había mucha sed de aquello que estaba ofreciendo, pues ese ambiente no se lo encontraba en otra parte; y cuando regresé a Chile después de ese encuentro, quise hacer algo semejante. Y quise incluso hacer un poco más que eso, porque Esalen es un lugar a donde va gente por un fin de semana, por cinco o por quince días, tal vez, y luego viene otro grupo a otra cosa; pero no es la misma gente la que está expuesta a una o otra disciplina, de modo que no se produce sistemáticamente el encuentro de las distintas disciplinas en las mismas personas. Pensé, entonces, en un programa en que un grupo de estudiantes se haría depositario de la enseñanza de diversos maestros de distintas disciplinas hasta ahora no integradas -como la gestalt, la educación de la conciencia sensorial, el baile terapéutico, etc. Acá veo entre los asistentes al escultor Abraham Freifeid, quien fue una de las personas que recluté en aquella época para que enseñara esgrima en aquel grupo, constituído en el año 67 -y aparecía en el catálogo de Esalen como Esalen in Chile. Estaba también Trudy Scheuman, que enseñaba expresión corporal. Yo hacía gestalt e introduje una serie de ejercicios psicológicos, empecé a enseñar meditación (que había aprendido a través de Suzuki Roshi y otros) y leíamos algunos textos de la literatura del misticismo universal. Luego incluso recibí por iniciativa de una comisión del Senado algunos fondos para invitar especialistas extranjeros. Se invitó a Charles Brooks, por ejemplo, una de las dos personas que introdujo lo que ahora ve conoce como sensory awareness en Estados Unidos; y quedó entonces esbozada la idea de un Instituto para el desarrollo humano. Esto fue para mí el laboratorio de algo que realizaría después: una primera implementación de la concepción integrativa y transpersonal que he ido perfeccionando con el correr de los años. Muchas veces se habla de mí como de un pionero de la psicología transpersonal, y en realidad fue durante este trabajo mío en Chile que llevé a cabo el primer experimento de juntar concreta y prácticamente recursos de la psicología con recursos espirituales -especialmente la meditación. Ya había empezado a formarme en Esalen, y luego Perls me dio una especie de beca permanente -como estudiante pobre chileno; poco después el mismo Esalen me abrió las puertas para que hiciera lo que quisiera, trabajando a mi manera. Fue naturalmente un gran privilegio trabajar en un Instituto al que venía gente de todo el mundo -y gente de mucha calidad. Me vi ahí en la situación de elaborar mejor mi propia síntesis, refinando un poco algo que había comenzado en Chile. El formato de mis talleres de esa época -especialmente porque se me conocía principalmente como Gestaltista- uno en que alternaba Gestalt con meditación e incluía también un laboratorio interpersonal que ya en Chile había comenzado a desarrollar como puente entre estos dos polos: entre la disciplina muy interna de la meditación y la disciplina muy confrontativa de la Gestalt. Empecé a explorar eso de ser uno mismo ante otro, en la relación humana, y de ahí surgieron muchos ejercicios psicológicos, que se tornaron una especialidad mía desde entonces y un componente de trabajos diversos. Esalen fue un importante estímulo, como digo, sobre todo porque venían los discípulos de Suzuki, el gran maestro Zen que instaló su monasterio no muy lejos de alli; y era un gran halago saber que gente que trabajaba con un maestro tan importante se interesaba en mi síntesis novedosa de meditación con psicoterapia. La siguiente influencia importante en mi trabajo fue el aprendizaje con Oscar Ichazo en Arica durante 1970. Curiosamente, fue precedida esta temporada por una breve conversación con el Presidente de la República, Eduardo Frei Montalva, que almorzaba acompañado del ministro Hales, en la mesa vecina a aquella que compartía yo con lchazo en un restaurante al aire libre. Es como si hubiera recibido una especie de implícito -no deliberado pero providencial- apoyo institucional en este momento de entrar en una cosa muy loca. Ichazo venía de Bolivia, no era conocido, planteaba cosas un poco raras -como una profecía según la cual constituiríamos el germen de un nuevo mundo. Para mí constituyó una validación muy inesperada el que durante mi primer encuentro con Ichazo tenía este mi informe al Instituto SRI (Stanford Research Institute) sobre -recursos para el desarrollo humano que después se transformó en este libro La Unica Búsqueda. En este planteo la integración de Cuatro Caminos o especialidades en torno a un propósito común: el camino del conocimiento, el del amor, el de la acción y el de la atención o consciencia pura. No sólo me elogió Ichazo por este trabajo, sino que confirmó la visión integrativa y ecuménica allí planteada a través del trabajo que realizó prácticamente poco después con el grupo al que me, tocó reunir y del cual fui partícipe. Fue esta una original integración de prácticas e ideas de distintas escuelas y culturas en torno a un ideal de complementación de los «Cuatro Caminos». Para mí fue muy importante la experiencia de casi un año en Arica, pues salí de ella con más capacidad, más fuerza, más posibilidades de ayudar al crecimiento ajeno. Antes de regresar a Berkeley estuve unos meses en Santiago, y fue aquí que se me presentó la ocasión de hacer algo de mayor envergadura que en épocas anteriores de mi vida. No sé cuántos terapeutas o líderes espirituales tienen el privilegio de trabajar con sus madres; pero mi madre, que siempre se había interesado -como yo-, en las cosas espirituales (pero en esa actitud que he caracterizado como «de salón»), quiso ahora hacer algo más concreto y seguir mis pasos. Yo pensé que no podría ayudarla solo; necesitaba un grupo, así que se formó un grupo con algunas amigas de ella y personas que ya habían tenido alguna formación conmigo. El grupo fue secreto, por razones diversas entre las cuales estaba el que optase por trabajar con el secreto como un factor intensificador de la experiencia. Estaba en este grupo la Dra. Hoffman, que al poco tiempo dio un gran salto interior, entrando en su fase carismática, y contribuyó ésta a que me sentiera útil en Chile -a pesar de mi ausencia- a través de lo mucho que ella pudo hacer. Había también alguna gente de la Clínica Psiquiátrica, como Pedro Politzer y Arturo Mardones -que está aquí. Albert Steinberg venía de Arica, y estaban también Ximena Sepúlveda y Ruby Bindhof, aquí presentes. Durante un par de meses me reuní varias horas al día con el grupo, y luego continuamos en contacto a distancia cuando regresé a California. Yo había estado en contacto con Idries Shah, un gran Sufi que durante algunos años había dirigido desde la distancia un grupo en el que participé en Estados Unidos. A través de esa experiencia había adquirido yo algo del arte de hacerlo. Una vez más, este grupo chileno fue algo como el laboratorio de lo que vendría a refinar posteriormente en Estados Unidos. Llegué allí sin proyectos, pero después de una charla en la Universidad de California se me acercó mucha gente. Estaba en lo que llamo mi «período carismático», altamente contagioso- y mucha gente me preguntaba, «¿Y cómo se puede aprender más de ti?» Yo contestaba, «Bueno, dame tu dirección y si hago algo te lo haré saber». Luego me invitaron a la Universidad de Stanford y pasó algo semejante: después de un curso de verano allí, organizido por Robert Ornstein, había más gente interesada, y así se constituyó un grupo bastante numeroso -como noventa personas, con el que trabajé de semana en semana, sin programa. En mi carta de invitación advertía que yo no sabía lo que iba a hacer, que lo único que podía ofrecer eran mis capacidades y años de formación. Incluso pedía que la gente firmara un contrato, en el que se especificaba que lo que yo enseñase sería para su uso personal, no profesional. El motívo inicial de esto fue que había elementos de lo que había aprendido de Ichazo que no estaba autorizado a enseñar públicamente; pero también había el deseo de seleccionar personas animadas por una motivación pura, por una motivación más íntima que la de «aprender cosas». Y nuestro contacto se fue prolongando: el contrato era originalmente por tres meses, pero se reanudaba con el paso de las estaciones, de modo que terminó durando dos años y medio. Después del primer año se constituyó un instituto, una non profit corporation educacional, y ya que la inscripción oficial requería de un nombre, le puse SAT -abreviación de Seekers after Truth -buscadores de la verdad- grupo al que había pertenecido Gurdjieff, pero también una palabra sánscrita que significa «ser» y «verdad»; además de un feliz simbolismo fonético alusivo a la visión trinitaria de las cosas que estaba en el centro de mis intereses desde que conocí a Tótila Albert, con su «mensaje del tres veces nuestro» (como llamaba a su visión trinitaria del hombre y la sociedad). Después de que se estableció legalmente el Instituto, lo que había comenzado como una improvisación cristalizó en un curriculum, con un programa multifacético de meditación, ciertas componentes terapéuticas (que incluían mi desarrollo del protoanálísis), prácticas de atención como las que me había familiarizado durante el contacto con la escuela de Gurdjieff, el panorama mental aportado por los libros de Idries Shah y una componente psico-corporal que incluyó la psicocalistenia y la «Kinerritmia» que había aprendido de Ichazo. Personas familiarizadas con mi trabajo luego me secundaron, dirigiendo según mis indicaciones otros grupos en tanto que yo, asumiendo un rol específícamente directivo, y de «diseñador de procesos», decidí retomar el sueño de una escuela ecuménica y transsistémica como había concebido en Santiago. Tuve la suerte de contar con notables colaboradores: el ilustre rabino Zalman Schachter, -el maestro Indonesio budista de meditación Dhiravamsa, a quien atraje desde su centro en Inglaterra, Chu Fang Chu, discípulo del último patriarca Taoísta y maestro de meditación y artes marciales chinas que venía llegando de Taiwán, Sri Harish Johari, gran médico, artista y maestro tántrico hindú. Me cayeron las cosas providencialmente en las manos; todo me resultaba, cada vez que hablaba con alguien, aceptaba venir y enseñar. Y se formó algo extraordinariamente inusual. Constituyó éste un gran experimento, aunque difícil para los que participamos en él. Fue para nosotros una especie de peregrinaje sedentario: sin movernos de Califomia, venía gente de distintas partes del mundo a transmitirnos enseñanzas poco accesibles. A medida que yo me iba retirando y trabajando más bien por delegación, a través de algunos que se habían formado conmigo (sin pretenderlo) en los primeros años, llegó un momento en que pensé que había tenido una especie de parto social: había puesto en marcha algo en lo que no era necesario que siguiera involucrado personalmente. Muchos entre mis alumnos iniciaron otros grupos, o participaron en la formación de otras escuelas. El Instituto de Cuadrinidad -por ejemplo-, fue integrada originalmente por gente de SAT, y también fue en gran parte gente de SAT la que constituyó el Instituto Nyingma de Berkeley, cuando Tarthang Tulku, todavía desconocido, empezó a hacerse presente. Yo cerré el Instituto por un tiempo, pero años después lo reabrí, cuando alguien me interesó en ofrecer su programa especificamente a educadores. Tenía sentido la propuesta, ya que lo que había generado era justamente lo complementario a lo que se enseña en las escuelas de educación. En ellas se necesita algo más vivo en materia de capacidades terapéuticas -específicamente un destilado de la corriente humanista, y particularmente el entrenamiento de una capacidad general de lidiar con la verdad emocional y de tener encuentros directos, así como la de trabajar con grupos con flexibilidad. También la componente espiritual o transpersonal que nuestro programa integraba en forma tanto viva como transcultural ha quedado fuera de la provincia de los educadores desde los tiempos de su secularización. Me dediqué durante unos años a eso (bajo el amparo de un programa de doctorado de la Golden Gate University) y luego nuevamente cerré el Instituto, y me dediqué a viajar. Después de mucho tiempo de estar sedentario en California viajé mucho haciendo talleres en Amsterdam, Zürich. Estocolmo, París, Münich, Roma y otros lugares que no había visitado antes. Me dejé llevar por una sed de estímulos nuevos, y aprecié especialmente -al presentar en distintos ambientes los distintos módulos de lo que había sido un solo trabajo- el estímulo de conocer las reacciones de la gente en diferentes culturas. Durante algunos años estuve refinando progresivamente estas componentes del programa SAT: psicología de la meditación y aplicación de la meditación a la psicoterapia, trabajo con el eneagrama, trabajos de atención en la vida cotidiana, gestalt, cuentos sufíes, usos terapéuticos y contemplación de la música. Habían sido parte integral de un mosaico, y habrían de volver a integrarse en un mosaico tras la invitación, en España, a iniciar un curso de verano para profesionales. Hace ya casi diez años que empezaron los programas SAT en España. Fueron originalmente concebidos como temporadas de un mes al año: tres módulos de un mes, en que condensé lo que en Berkeley había hecho a través de un contacto semanal a largo plazo. Parece que con la experiencia de la vida, mientras más pasa el tiempo más puede uno decir en menos palabras, y a medida que he podido hacer más con menos mis programas se han ido miniaturizando. Ultimamente no se compone de módulos de un mes, sino que apenas de diez días. Y me he sentido enormemente gratificado de trabajar con ta comunidad de gestaltistas españoles, no sólo por lo muy apreciado que he sido sino porque he tenido claras indicaciones de que mi labor y la de mis colaboradores ha dado buen fruto, elevando la calidad de la psicoterapia en Espada a escala nacional. Pero no sólo con gestaltistas he trabajado, ni sólo con terapeutas, sino con educadores y con personas a quienes les interesa saber ayudar mejor, aunque su profesión no sea exactamente la de ayuda psicológica. Un psicoanalista norteamericano del Washington School of Psychiatry -Leon Lurie – me decía: «Tu curso se podría llamar «Entrenamiento para la Amistad»; y con razón, porque la gente aprende a oír mejor, a desarrollar una actitud más benóvola, a hacer lo que sea necesario ante el ego del prójimo. Y ciertamente el mosaico de recursos que he reunido y desarrollado para este programa eminentemente práctico y conciso refleja mi convicción de que para ser psiquiatra no se necesita leer muchos libros -como se supone en las escuelas profesionales; y que la interpretación no necesita apoyarse en Melanie Klein o en Lacan o en Winnicott cuando el terapeuta a través del conocimiento de sí ha llegado a ver directamente al otro. Decía Perls como explicación a alguien que lo felicitó una vez: «Tengo ojos y no tengo miedo». Creo que la formación del psiquiatra o psicólogo necesita principalmente eso: saber ver lo que pasa, atreverse, e interesarse por el otro; lo que implica que aprender a hacer psicoterapia puede ser cosa mucho más práctica, mucho menos teórica de lo que es hoy en día. Creo que el inundo académico ocupa muchas palabras para suplir la falta de práctica: y es claro que la gente sale de las universidades sin saber hacer mucho. Mis clientes son precisamente que salen de la universidad y no saben qué hacer. Una vez le oí al Decano del Instituto Pedagógico hace años citar a Bernard Shaw: «El que sabe, hace; el que no sabe, enseña». Y decía él que quería poner como lema del Instituto Pedagógico, en el frontis del viejo edificio en la Avenida Macul, “El que sabe, hace; el que no sabe, enseña; y el que menos sabe, enseña a enseñar» (risas). Bueno, con el pasar del tiempo yo creo que todos nos damos cuenta de lo problemático que está, el mundo, y yo personalmente me he dado cuenta creciente de lo importante que es el factor humano, tanto en la problemátíca como en lo que se ha llamado, la «resolútica». Cuando años atrás en Santiago di una charla a la que llamé de La Agonía del Patriarcado (ahora integrada como capítulo de un libro del mismo nombre) decía: «Si hubiera un Gobierno sabio con posibilidad de acción tendría que reconocer el valor político de la transformación individual y, por lo tanto, auspiciar las instituciones pertinentes» (había un candidato potencial a la Presidencia entre los asistentes, y por haberlo reconocido dije aquello). Pero me quedé corto al no haber planteado: ¿qué se puede hacer con el hecho de que las «instituciones pertinentes» han perdido relevancia? La medicina se ha contaminado tanto del mal del sistema que sólo ofrece una psiquiatría al servicio de la adaptación, ya no una psiquiatría al servicio de la realización interior. Las religiones están ya patriarcalizadas desde hace muchísimo tiempo. Uno de mis grandes apoyos entre los líderes espirituales actuales ha sido quien escribe el prólogo de la versión americana del ya citado libro, La Agonía del Patriarcado, el archidiácono en la Catedral de San Francisco. Hace poco estuvimos Suzy y yo comiendo con él, y nos dijo, «Ya no abunda la Gracia en las iglesias». Desgraciadamente, no es allí donde hay que buscar, como en los antiguos tiempos. Sobre la educación, ya no necesito entrar en mayores detalles. Entonces, si uno dice que hay que fomentar a las instituciones habrá que preguntarse, ¿cómo renovarlas, cómo darles nueva vida, cómo importar los factores que se han desarrollado, por la inercia del sistema, justamente fuera de ellas, en la contracultura o en los intersticios entre las instituciones? Tomando consciencia de esto, me he venido dando cuenta que lo que ha surgido de esta labor -espontáneamente evolutiva, más que deliberada – que vengo desarrollando, es justamente un método brevísimo y muy eficiente de inyectar vida allí, donde, más falte -en grupos educacionales, religiosos o terapéuticos. Ya los Jesuítas y los Benedictinos, en Estados Unidos, han integrado mi presentación del Eneagrama como parte de su formación regular, y mi presentación muchos centros de formación de terapeutas en Europa han enviado gente a nuestros programas, que también han sido avalados por la Asociación Europea de Psicoterapia, y comprenden una síntesis terapéutica-espiritual sólidamente anclada de una visión teórica pero máximamente económica en cuanto al tiempo que se dedica al discurso conceptual. Creo que son los educadores los que van a la zaga, porque aunque hay educadores muy bien intencionados en todo el mundo, y se discute mucho de reformas de curículum, parece que el sistema es tan grande que la inercia burocrática se los come. No só yo cuáles son las soluciones, pero me parece importante entender cómo funciona esto de la fosilización institucional y cómo obstaculiza la vida. Con mucha satisfacción, entonces, me doy cuenta de que he terminado por crear una metodología que está siendo útil en la formación de terapeutas y (por ahora) personas aisladas en el ámbito educacional, pero que promete ser mucho más útil aún allí donde interese la transformación individual, desde escuelas a situaciones de dirección espirtual y cuya presencia seguramente será favorable a la transformación social en que nos vemos inmersos -pues como ha dicho el Dalai Lama un «nuevo orden mundial no es cosa de ajustes económicos o políticos sino de una reorientación motivacional» -y ya decía Erich Fromm que sólo podría crearse una nueva sociedad si ocurre un cambio profundo en el corazón humano. Y ahora lo que empezó en España está haciéndose en Méjico, en Brasil y en Italia. Y comenzarnos el año próximo en Montevideo. El año pasado me preguntaban, con mucha vehemencia, algunos de los asistentes a mi charla en el Instituto Goethe: «¿Cuándo vienes a Chile?». Dije, «No creo que pueda muy pronto», y la verdad es que estoy más bien cerrando esta etapa de mi vida, en ánimo de dedicar mis últimos años a la música o a algo que desconozco, y sin querer hacer promesas a largo plazo. ßPero quiero terminar mencionando que va a haber un curso de formación en Montevideo -proyecto que surgió hace más de un año en respuesta al interés de los argentinos, uruguayos y brasileros que lo organizarán -y que tal vez puedan algunos chilenos viajar allí. Así tendré. la satisfacción de haber contribuído también, estos años de cosecha más reciente, a lo que pasa en mi país de origen. (aplausos).
2 comentarios
Daniel
Un descubrimiento el pensamiento del conferencista
ANDRES CALDERON AHUMADA
Interesante lo que plantea frente al esquema de la educación de hoy, consumida por la burocracia…es importante potenciar al ser humano no con un fin comercial…